Un cuento como abrebocas al lanzamiento de un nuevo libro de Gordon McAllister:
Selección de CUENTOS, RELATOS Y POEMAS.
Cuento:
Sobre el surrealismo
del tiempo y el amor.
Continuación…
Corría el año 2017, la tarde iba cayendo en París.
El tenue y casi helado sol de finales de enero, bastante inclinado en el
horizonte, iluminaba con dificultad el glacial atardecer y pincelaba con tonos
blanquecinos, y grisáceos todo el entorno, como un trasfondo extraño, cuál si
fuera un escenario surrealista, especialmente diseñado para el mítico Café de Floré.
Sin embargo, ya desde 100 años atrás, el surrealismo
como movimiento, había conocido su propia historia, nacida en el Café de Flore.
Por aquella época, entre los visitantes más asiduos
se encontraba, Guillaume Apollinaire, quien acuñara, por primera vez, la
palabra Surrealismo y se reunía con
frecuencia, con muchos otros importantes exponentes del movimiento literario,
artístico y cultural, conocido como Surrealismo,
y quien junto con los ilustres André Bretón y Louis Aragón, eran proclives al
dadaísmo, movimiento éste que buscaba contrariar y quizás distorsionar
deliberadamente, los modos de expresión cultural tradicionales, situación que
en su momento, los llevó a convertirse en miembros fundadores del Movimiento Surrealista.
El mismo Café
de Flore había sido testigo de muchos acontecimientos literarios y
políticos, como la amistad que en un principio unió a André Bretón y Salvador
Dalí, y la posterior confrontación entre el surrealismo idealista de Bretón y
el surrealismo materialista de Dalí, bastante “caníbal”, según Bretón, o la intransigencia del surrealismo de
Bretón, en contra del materialismo existencialista de Albert Camus y de Jean
Paul Sartre, o también, la gran amistad entre Bretón y el famoso cantautor Leo
Ferre, asiduo comensal de las tertulias en el Café de Flore, y así mismo, se
sentía el pensamiento unificado de una importante mayoría de intelectuales de
la época, sesgados a favor de un comunismo bolchevique y la consecuente
disensión de los sectores empresariales de derecha y de las autoridades
gubernamentales, con tendencia hacia la discriminación del mccarthismo norteamericano de esos años.
Pero regresemos al presente: En el Café de Flore,
ese día de enero de 2017, seguían reunidos: Alejando Giovanelli, Albert
Villegart, Matthew Martell y Vannesa Lugari. Se encontraba ausente José Iván
García, quién se había retirado hacía poco.
Ya habían escuchado a Alejandro relatar su historia
de amores juveniles, y en ese momento, Albert volvió a pensar en ella, alguna
comensal en el café se la recordó. Un ligero brillo de nostálgica remembranza
apareció en sus ojos.
Albert tomó la palabra:
—Voy a comentarles algo. No importa en qué lugar me
encuentre, una chica especial que conocí alguna vez, siempre aparece como un
fantasma del pasado, con su movimiento de brisa pasajera y sedas flotantes, y
vuelve a pasar frente a mí, en mis recuerdos y en mis realidades y se me va el
aliento.
Alejandro lo interrumpió para comentar:
—Albert
perdóname, pero a propósito, te has preguntado alguna vez: ¿si la vida es corta
o si es larga? Al final tendrás que concluir lo que dicen por ahí, que la vida
no se mide por el tiempo que transcurre ni por los momentos que respiras, sino
por los que te dejan sin aliento. Esos son los momentos verdaderamente
valiosos.
Además, todo lo esencial siempre fluye hacia
adelante y también hacia atrás, en el tiempo, para volver a pasar frente a
nosotros y dejarnos sin aliento; de ahí quizás la hipótesis de Jorge Luis
Borges acerca de la circularidad del tiempo. Siempre es posible que aparezca
nuevamente un escenario y una circunstancia, con algo que ya hemos vivido, como
el agua de un manantial que vuelve a pasar una y otra vez.
Albert volvió a tomar la palabra:
—Pero déjame comentar esto que sucedió hace muchos
años, aunque pareciera que fue ayer: Sí, me la encontré súbitamente y quedé sin
aliento. ¿Una casualidad? quizás, o a lo mejor una causalidad.
»La miré largamente, durante varias eternas
fracciones de segundo, mientras intentaba asimilar que era lo que estaba
pasando. ¿Por qué estaba ahí?, eso no
podía ser real, ella vivía en Barcelona y no podía haber regresado aún, eso
debía pasar en unas cuantas semanas, pero no todavía.
Nuevamente volvía a aparecer una circunstancia
surrealista en mi camino. Sí, eso no era una realidad sino algo más verdadero,
algo con apariencia de sur-realidad. Algo que venía para permanecer en nosotros
para siempre, marcado con fuego en nuestra memoria.
Albert continuaba:
—La realidad es tan fugaz y perecedera que parece
algo supuesto y figurado, que sucede en la apariencia de un momento de espacio
y tiempo y luego desaparece sin dejar ningún rastro. Por eso digo que es
aparente. La sur-realidad es algo que se presenta desde el ámbito de lo
profundo y es mucho más real, y marca un hito en nuestra vida.
La sur-realidad viene volando desde el reino de lo
ignoto, como una circunstancia absurda e incomprensible, y viene para quedarse,
para permanecer para siempre en nuestra Conciencia y en nuestro corazón.
Albert seguía su relato:
—No tenía nada especial que hacer en ese sitio, pero
ahí estaba. No era una decisión planeada
y pensada y entre múltiples alternativas, simplemente había escogido descuidada
y desprevenidamente esa alternativa crucial, sin saber lo que vendría.
Era el tradicional restaurante de antaño; hacía
mucho tiempo no frecuentaba ese lugar, desde aquel día en que se desgajó la
tormenta emocional con rayos y centellas y mi vida quedó partida en dos, antes
y después de la tormenta. Aquella confrontación me había afectado profundamente
y me había hecho tomar la ruta del exilio, hacia un vacío de circunstancias,
pero siguiendo un camino en búsqueda de la paz interior y el renacimiento de
nuevos sentimientos y certezas, menos dolorosas, tal vez una forma nueva de
renombrar la fuga.
Pero ese día, sin saber por qué, había vuelto al
pasado, ese pasado plagado de recuerdos hermosos y al mismo tiempo, recuerdos
dolorosos, algunos otros.
Repito, no debía haber estado ahí, pues el
desarrollo de los acontecimientos del día tal vez hubieran permitido otro
desenlace, pero esa era la sur-realidad presente, y justo estaba ahí, esperando
algo intrascendente para volverlo trascendente, y mientras tanto, yo embebido
en la lectura de un libro, esperando al metre para hacerle el pedido.
Albert continuaba su relato
—Alcancé a sentir, detrás de una planta, a mis
espaldas, la presencia de alguien, quien se acercó sigilosamente para luego
desaparecer nuevamente en forma subrepticia.
En ese instante comencé a sentir una inquietud, una
inquietud experimentada desde los
recuerdos vagos y velados, una emoción vivida en el pasado y recordada aún y
los crecientes nervios de un “¿qué tal
que…?” o un “¿pudiera ser posible que…?”
—Era imposible que estuviera ahí, —pensé—, realmente
debía encontrarse a miles de kilómetros de distancia y no justo ahí. Y deseché ese pensamiento algo inquietante y
continué esforzado a concentrarme en la lectura.
Y en ese momento intempestivamente, nuevamente
apareció ahí, de pie…
Era la figura conocida, la chica amada y temida. Me
miró, y dijo algo, y en ese justo instante sentí que el tiempo se detuvo.
Continuaba Albert:
—Cavilando al respecto, pienso que el tiempo no es
real, el tiempo es un juego de sensaciones aparentes que se suceden
encadenadamente, en una secuencia, quizás ordenada por un titiritero cuántico
vestido de saltimbanqui, con mente de comediante y en ocasiones incluso
tragicómico, o al menos eso parece.
Y de un momento a otro, ese encadenamiento temporal,
fugaz en apariencia y casi incoherente, se convierte en un instante y los
instantes sí son eternos, a pesar de lo que digan los eruditos. Los instantes
aparecen en el presente del aquí y el ahora, pero no están ligados a lo que
creemos es el tiempo. Los instantes, si bien se presentan en el momento
presente, pertenecen al ámbito de lo infinito y eterno. Y los segundos marcados
por nuestro reloj de pulso, comienzan a ralentizarse. Todo comienza a suceder
en cámara lenta; los sonidos se distorsionan y dado que en ese instante no
estamos en el tiempo, sentimos que todo el entorno entra a formar parte de lo
sur-realista, y lo sur-realista es un
instante de realidad verdadera pero fuera del tiempo.
Albert continuaba
—Comenzaron a trascurrir unos segundos eternos, una
larga mirada en que intentaba asimilar una sur-realidad que no debía estar
pasando, pero que estaba sucediendo, unos segundos eternos dentro de los cuales
la capacidad intelectual de mi cerebro
se bloqueó y se paralizó. Ya no pensaba, ya no sentía nada, solo flotaba en el
espacio que ocupa el infinito. Aquel espacio que dicen que es eterno y está
pletórico de vacío… aquel sublime vacío donde somos algo parecido a los Dioses
del Olimpo, plenos de potencial para existir y
ser lo que queramos; y simplemente nos convertimos en el Observador, el
Observador cuántico que desde su posición plenipotenciaria, observa una
realidad trascendente que subyace detrás de la realidad del mundo terrenal y
simplemente la observa, sin afectarse, sin inmutarse, impertérrito e
inalterable como roca solida de material de hierro.
—En la eternidad de ese instante, miles de
pensamientos estaban pasando por mi mente y se encontraban con una acelerada y
absurda conclusión: ¡Esto no me puede
estar pasando a mí!... Pero ya estaba pasando y tenía que despabilarme; tenía
que volver a la apariencia de realidad terrenal.
Ahí estaba ella, de pie saludándome, con una
manifiesta tensión que intentaba disfrazar con una máscara de fingida tranquilidad
e intentando que no se saliera de su interior esa desbordada tensión nerviosa,
pero ya se había salido y yo ya la había percibido.
“Está más
delgada”, pensé, “y tiene la piel
bronceada”. Seguía siendo un morena muy bella, no podía mirarla a los ojos,
eso era prioritario ahora, no mirarla a los ojos, pero lo estaba haciendo, ¡que
mierda!, ¡que incomodidad!... Y tenía que pasar justamente este día, cuando en
la mañana me había arreglado descuidadamente, pensando en los quehaceres del
día, donde al no haber reuniones importantes, no necesitaba acicalarme mejor y
me había puesto de ropa cualquier cosa; simplemente tenía que almorzar y solo
había ido a ese lugar por cuanto la última diligencia que había realizado
antes, había sucedido en un lugar cercano a ese y debía almorzar rápido, para
luego dirigirme a la siguiente diligencia que quedaba lejos. Solo tenía una
escasa hora para almorzar y nubladamente había previsto que ese sitio era lo
más adecuado para almorzar rápido y continuar mi camino. Incluso ya había
pensado en otra alternativa diferente, pero cuando me había dado cuenta, ya mis
manos habían desviado la dirección de mi auto, prácticamente sin pedirme
permiso y ya me había encaminado hacia ese sitio. Tal vez en mi inconsciente
quise volver, una vez más, a aquel sitio que tantos recuerdos significativos
tenía para mí.
¿Pero, por qué tenía que estar ahí justamente es ese
instante? habían transcurrido dos largos años, y desde entonces no la veía.
Varios recuerdos dolorosos estaban comenzando a presentarse en mi mente, pero
tenía que saludar. Ella ya había saludado cortésmente.
Me paré de mi asiento y ella… ¡Sí¡ fue ella quien se
acercó para darme un beso en la mejilla. Esto era absurdo, totalmente absurdo.
Después de esa fiera discusión y de una ruptura tan explosiva y dramática, con
tantas consecuencias dolorosas, ahora nos saludábamos con un beso en la
mejilla, como si nunca hubiera pasado nada.
—Pero ¿qué era lo que había sucedido?, —preguntó
Matthew:
—La conocía desde hacía unos cuatro años contados
desde ese entonces, —respondió Albert, —había sido una consultora importante en
la compañía para la cual yo laboraba y había desempeñado sus labores con
profesionalismo y dedicación. Teníamos una relación laboral cercana por cuanto el proyecto que
habíamos emprendido estaba a cargo de ambos. Esto implicaba muchas reuniones y
muchas horas de dedicación, incluso reuniones en las cuales debíamos sacrificar
tiempo adicional en aras de avanzar con la programación y echarla a andar
prontamente.
—En muchas ocasiones, —continuaba Albert—, después
de laborar ininterrumpidamente durante largas horas, debíamos descansar y
cortar con el tema y habíamos acostumbrado salir a cenar para relajarnos y terminar de discutir algunos temas fuera del
ámbito laboral.
—Esto nos llevó a conocer varios restaurantes y
degustar diferentes cocinas y vinos en diferentes ambientes, lo que fue creando
una especie de complicidad entre nosotros e incluso ya compartíamos
conocimientos en el campo gastronómico, muy de nuestro mutuo interés.
—El trato entre ambos por lo general, fue
estrictamente laboral, más sin embargo, habíamos comenzado a tener cierta
cercanía al conocer nuestras respectivas familias y tocar algunos temas más
personales.
Albert seguía su relato:
—Pasado un tiempo comencé a sentirme fuertemente
atraído hacia ella y en algunas cenas quedó implícito, más no explícito, el
tema de ésta atracción, sin llegar a ser del todo una confesión de amor;
simplemente una silenciosa declaración no expresada en palabras concretas, pero
sí totalmente manifiesta en las miradas y en lo que se fue convirtiendo en el
trasfondo confidente de unos
inolvidables momentos sublimes e íntimos, donde el mundo entero hubiera podido
desaparecer sin darnos cuenta. Pero no se podía. Esta sería una relación
apócrifa, proscrita por todos, y no podíamos desconocer este hecho. Seríamos parias, espurios relegados al rincón
de los infames, condenados por unas convenciones sociales.
En ese momento intervino Matthew, interrumpiendo a
Albert:
—Sí, son esas convenciones sociales establecidas por
los rectos, aquellos rectos hipócritas que se las dan de rectos y quienes
marcan las pautas del comportamiento convencional aceptado por ellos mismos.
Rectos llenos de creencias religiosas retorcidas, pretendiendo dar nuevos aires
de vida y actualidad a los postulados de la Santa
Inquisición…
Todos rieron con la ocurrencia de Mattew.
—Había varios obstáculos, —continuaba Albert
sonriendo—, ella estaba ennoviada y comprometida con un joven profesional que
también vivía en España y quien, habiendo terminado sus estudios de postgrado,
estaba comenzando a laborar en Barcelona en una empresa de ingeniería de
sistemas. Yo por mi parte, viviendo muy lejos, en Boston Massachusetts, casado y con un matrimonio estable y valioso,
difícilmente hubiera podido permitirme tomar riesgos en una relación
clandestina, so pena de echar por la borda mi vida familiar.
—Sin embargo, vino un error de mi parte. Un día le
envié a su empresa, en un sobre cerrado, un CD de una canción que habíamos
estado compartiendo, con una nota de mi parte, diciendo que esa canción
definitivamente me traía recuerdos de ella. Era la primera vez que hacía más
explícita y elocuente, la realidad de nuestra tácita y discreta relación y de
mis reservados y encubiertos sentimientos hacia ella.
Albert continuaba relatando el caso a sus
amigos
—Quiso el destino que justo el mencionado CD y la
respectiva nota llegaran directamente a manos de su novio y ahí fue Troya. Este tema dio para una fuerte
discusión entre ellos y en una llamada telefónica, ella me recriminó en forma
muy airada el haber cometido ese error. Fue una mala experiencia de gritos,
insultos y mucha rabia de su parte y un fuerte y terminante rechazo a tan
incómoda situación, que según sus palabras no correspondía con la actitud de
una persona a la que ella había comenzado a considerar un buen amigo.
—Y vino la ruptura definitiva; afortunadamente el
proyecto ya había concluido y por tanto, la misma relación laboral también
había concluido.
Lo anterior sucedió dos años atrás de la fecha en la
cual nos reencontramos, como venía narrando.
“Yo tengo que
hablar contigo”, —dijo la chica en esta ocasión posterior.
“Claro”,
—pensé—, “ahora ya viene el problema,
ahora va a pedir explicaciones y yo justamente con el tiempo medido para
almorzar e irme a esa diligencia de la tarde”.
“Pero qué
importa, —pensé—, “esto es muy
importante para mí”.
Lejos de mis aprensiones, comenzó a hablar de temas
relacionados con el antiguo proyecto y su posterior desarrollo y sobre algunas
perentorias necesidades suyas actuales en materia de negocios de consultoría.
—Sin embargo, —continuó Albert—, en un instante
fugaz, alcancé a percibir en su mirada algo subrepticio y furtivo, tal vez un
sutil dejo de ilusión y nostalgia, algo casi indefinible e imperceptible, pero
lo noté, estoy seguro. Y ¿saben qué?, el corazón no se equivoca. La mente sí,
pero repito, el corazón no se equivoca, y la mirada es el espejo del alma.
—Al final, la despedida, otro beso en la mejilla. No
entendía, estaba desconcertado y nuevamente quedaba sin aliento.
—El tiempo transcurrido realmente no había
transcurrido; los dos años eran simplemente un borrón pasajero, como un punto
infinitesimal perdido en la infinitud de la eternidad, sin contenido profundo,
ni trascendencia alguna, ni siquiera la más mínima importancia y las
circunstancias de aquella pelea, eran una simple polvareda diluida en el tiempo
fugaz, de un pasado inexistente, como el humo de un incienso que desaparece sin
dejar rastro de nada, quizás solo un ligero aroma que ya se va.
Lo único real era lo que sucedía en el trasfondo de
un eterno presente inmodificable, así nos inventáramos historias pasajeras de
peleas y discusiones que ni siquiera eran reales, sino que formaban parte de
las escenas ilusorias del escenario tragicómico de esta vida.
—En la noche, una experiencia sublime y absurda,
ahora desde los dominios de Morfeo.
Tal vez una jugada retorcida y maliciosa del ego que intentaba sobrevivir a
costa de las elucubraciones imaginarias presentes en el inconsciente. Tal vez
una trastada enfocada a demorar la entrada al estado de Conciencia iluminada o Satori, donde el ego desaparecería, o
tal vez no fuera así, y simplemente sería un momento de excelsa sincronía del
Universo, para permitirme mitigar los momentos de dolores pasados y de
soledades, tan necesarias para la apertura de la puerta de la Conciencia.
—Esa noche fue un momento de claridad absoluta.
Cuántos besos y abrazos, cuánto amor reprimido durante largo tiempo y ahora
desbordado en tal manifestación de sublime cercanía emocional y física. Era tan
real que no podía imaginarme estar soñando a pesar de que lo pensé. Cómo la
abracé, cómo la besé, cómo fueron de intensos esos instantes sur-reales y
grandiosos y cómo sentí la cercanía de la
Fuente Universal, en esos momentos eternos e infinitos. Eran instantes que
ya habían pasado, que estaban pasando y que volverían a pasar una y otra vez.
Sabía que era una experiencia que volvería a presentarse en diversas
circunstancias de presentes eternos. Tan reales y palpables, así se
desarrollaran en la dimensión profunda del Universo onírico, una dimensión
paralela a nuestro Universo material.
Y al final desperté a la realidad aparente de la
sinrazón incómoda. Pero quedaron los recuerdos de esos soñados instantes
verdaderamente reales, marcados en mi alma y mi conciencia.
Albert seguía con su intervención:
—Yo ya sabía que ella se había casado con su novio
de aquel entonces y ahora su vida se desarrollaba en Barcelona y por tanto,
estaba más lejos que nunca, sin embargo,
en los sueños eso no tiene importancia, los sueños son sur-realidades que no
tienen moral, ni recato, ni siquiera perentorias obligatoriedades de tipo
cultural y social.
Y nuevamente me alejé de ella, por un largo tiempo
que solo volvería a vivir en un instante posterior, congelado en el tiempo
futuro, a la espera; pero tal vez ya volvería el río a pasar frente a mi rivera
y quizás nuevamente quedaría sin aliento.
—Como dijo Alejandro, efectivamente los momentos que
nos dejan sin aliento son los que siempre recordaremos y que vale la pena
vivir. Los demás momentos vividos solo son parte del decorado del escenario y
no de la esencia de la vida.
—Después de un tiempo, —continuaba Albert—, quizás
otros dos años más tarde, la vi de nuevo en algunas reuniones de la empresa
donde habíamos desarrollado aquel antiguo proyecto.
Nuevamente el tiempo no transcurría, su amplia
sonrisa absolutamente preciosa, me hacía sentir que su corazón se iluminaba y
sus ojos adquirían un fulgor de mil diamantes cuando nos veíamos, pero lo que
no podía ser, no estaba bien dejarlo desarrollar, al menos no de la misma forma
tradicional como se desarrollan los acontecimientos del amor.
Aún perduraban mis recatos de antaño y mis fingidas
posturas ante otros, pretendiendo que no quería verla, no quería sentir que me
gustaba demasiado, no deseaba sentir lo que sentía cuando estaba con ella, no
quería que nuestros ojos se encontraran en una misma mirada y hacía hasta lo
imposible por hacer cara de amigo buena gente, sin el más mínimo interés en su
persona. No deseaba que se saliera mi sonrisa honesta, ni que brillara mi
corazón, ni que mi expresión se iluminara cuando la veía. No deseaba que se
dieran cuenta de cómo vibraba mi corazón cuando la veía, ni deseaba sentir eso,
pues simplemente no debía ser.
Albert continuaba su monologo.
—Pero qué difícil era fingir que no se sentía lo que
se sentía, cuando desde el interior, mi Conciencia gritaba a todo volumen que
la dejara ser como era y no como debía ser cultural y socialmente adecuado que
fuera.
—Más sin embargo, pasado un tiempo, me desconecté
totalmente de la mencionada empresa, desaparecí del panorama; había llegado la
era del hielo, de la frialdad, de la desconexión con los sentimientos profundos
y del desinterés ante la ausencia de fuego en el hogar, cuando poco a poco los
carbones encendidos habían ido perdiendo sentido y se apagaban…
Le perdí la pista a mi amiga, no volví a verla,
además, ya no tengo sus coordenadas, nunca más supe de su vida.
Sin embargo, aún aparece, de vez en cuando,
revolviendo mis memorias y despertando sentimientos casi desaparecidos como ha
sucedido el día de hoy.
Matthew, con una mirada dubitativa, estaba haciendo
un gesto de incomodidad e inconformismo con el tema expuesto, dijo:
—¿No le digo? las convenciones sociales y la dichosa
religión siempre marcando pautas que lejos de ordenar el entorno social, lo que
crean es limitaciones al libre desarrollo de nuestra alma.
—Pues con el debido respeto, —dijo Alejandro—, no
estoy del todo de acuerdo contigo Matthew, no siempre las cosas de la vida son
tan simples como para dejar que transcurran sin control y es cuando la vida se
nos enreda; más bien estoy de acuerdo con Albert y su forma de haber manejado
el asunto.
Nuevamente, alrededor
de su mesa, pareciera que flotaba un sutil humo manchado de nostalgia, que
tardaba en evaporarse.
Una fría noche de oscuridad cerrada había caído
sobre París y en el Café de Flore, aún seguían las tertulias aunque cada vez
con menos comensales, pues ya se estaban yendo los más apurados, aquellos que
no deseaban llegar tarde su hogar.
— O
—

Comentarios
Publicar un comentario